Patita es rengo de nacimiento. Camina dando saltos, apoyando solamente tres patas. La otra, más pequeña, queda en el aire bailando.
–¡Vamos, Patita! Hay que apurarse. Es tarde.
Cierto. Es tarde ya. Rila tiene que apurarse. Debe ser el primero en llegar. Es el presidente y el tesorero del club.
Hacen el camino de todas las mañanas. Desde la casa al almacén; del almacén al mercado y desde allí, a la cancha.
La cancha es un terreno baldío sin alambrar. Unas latas y un palo marcan el arco. A un lado, la vía del tren y la casa del guardabarreras.
En la pared, escrito con carbón, está el nombre del club: "El Porvenir", y con letra más gruesa: "Viva el Porvenir".
–¡Vamos, Patita! El partido del domingo será muy serio. Ya lo sabés.
Tiene razón Rila. El partido del domingo será muy serio. Hay que seleccionar once jugadores y tres suplentes. Hay que limpiar la cancha. No se trata del partido de siempre, entre ellos, donde dos muchachos eligen jugadores después de revolear una moneda. No. El domingo se jugará un gran partido: barrio contra barrio.
Patita se ha quedado dormido cerca del arco. Sueña. Tiene un sueño horrible: ocho tigres enormes lo rodean. Le muestran los dientes. Se relamen. Hay un río y un puente, y en la otra orilla está pescando Rila. Patita sabe que morirá. Es inútil. Nadie podrá defenderlo. Rila está lejos, en la otra orilla, y es mejor que no venga. Mejor. Se lo comerán los ocho tigres también.
La pelota cae al lado del perro. Rila corre a buscarla y, antes de recogerla, le acaricia el lomo a Patita. Este cree que es uno de los ocho tigres que lo ataca, y se defiende. Se prende de la mano del niño. Muerde. Rila grita. Patita despierta. Ve a su amigo llorando, y huye con la cola entre las patas.
Los chicos comienzan a gritar:
–¡Patita mordió a Rila!
–¡Está rabioso!
–¡Hay que matarlo!
Se arman de piedras y siguen al perro. Patita corre. Cruza la vía. Se pierde detrás de las casas.
Regresan los compañeros y rodean a Rila que está sentado en el césped, lamentándose, con la mano herida envuelta en un pañuelo.
–¡Patita! ¡Pobre Patita!
Uno de ellos arroja las piedras al suelo y dice:
–Igual que el Dick; de repente se volvió rabioso y quiso mordernos a todos, hasta que vino un vigilante y lo mató.
–¡Patita! ¡Pobre Patita! –repite Rila–. Te matará un vigilante.
Patita está fatigado. Corrió toda la mañana y cayó cerca de un arroyo, sin fuerzas para levantarse. Comprende el mal que ha hecho. Es un mal perro. Paga las caricias con un mordisco. No verá más a Rila. No le queda un solo amigo en el mundo. Morirá sin que nadie le acaricie la frente.
Tiene sed. Fiebre. Pero no bajará al arroyo a beber. No. Se quedará así hasta que llegue la muerte. Es lo único que le espera: morir.
Costeando el arroyo viene un perro. Tiene un ojo herido y la cola partida. Se detiene al lado de Patita.
–¿Cómo te llamás? –pregunta.
–Patita. ¿Y vos?
–Yo no tengo nombre. Algunos me dicen "el perro del arroyo".
Y ¿qué hacés aquí? ¿Con quién viniste?
–Vine solo –responde Patita–. Esta mañana mordí a mi dueño.
–¿A quién? –pregunta el perro del arroyo.
–A mi dueño. Pero fue sin querer. Yo soñaba que ocho tigres querían atacarme, ¿comprendés? Y en ese momento, mi dueño, que se llama Rila, pasó a mi lado. Quizá me habrá tocado. No sé. Creyendo que era uno de los tigres, lo mordí.
Cuando desperté lo vi llorando. Yo tenía la boca llena de sangre, y escapé.
–Yo nunca tuve dueño –dice el perro del arroyo–. Debe ser muy triste morderlo. ¿Por qué no te quedás a vivir aquí, entre el agua y los árboles? Se vive bien, y nadie podrá verte. Seremos amigos. Repartiré mi comida entre los dos.
–Gracias –responde Patita–. Yo debo morir porque mordí a Rila. Soy un mal amigo.
–Ya te olvidarás. Podés cambiarte de nombre. ¿Qué te parece? Te llamarás Nerón.
–¿Nerón? –pregunta Patita.
–Sí. Nerón.
–No. Dejame con mi nombre.
La cabeza de Patita cae pesadamente sobre la tierra. El perro del arroyo se echa a su lado y le lame la frente.
Pasaron dos días.
Patita no se movió del lugar donde había caído.
Lo acompaña el perro del arroyo. Varias veces mojó la lengua en el agua y le refrescó la frente. Varias veces trató de consolarlo. Le habló de la vida. Es un perro que sabe mucho porque anduvo por todos los caminos. Conoció al hombre. Sabe qué son el frío y el hambre, y sabe algo más triste, más doloroso: la ausencia del amigo.
–Escuchá, Patita –cuenta–. Hace tiempo tuve un compañero. Era un perro de la calle como yo. Vivíamos juntos detrás de las quintas. Un día peleamos. Él me mordió, ¿ves?, aquí sobre el ojo y en la oreja. Yo era más fuerte. Hubiera podido destrozarlo, pero me contuve, y le dije: "Fuimos buenos amigos hasta hoy, que peleamos. Cada uno se irá por un camino. Y aquel de los dos que perdone primero, debe esperar al otro cerca del puente, donde hay un sauce y tres durazneros". Nos separamos. La misma noche yo vine aquí a esperarlo. He visto florecer dos veces los durazneros, y Nerón aún no ha vuelto.
–¿Nerón? –pregunta asombrado Patita–. ¿Por eso querías llamarme así?
–Era como un consuelo.
–Llamame Nerón, entonces.
–No. Siempre serás Patita. Y además, tenés que irte pronto porque Rila te espera. Yo sé que te espera.
El perro del arroyo sabe muchas cosas.
Y Patita se va.
Al llegar al puente, se detiene. Piensa. Hace tres días desgarró con sus dientes la mano de su amigo y escapó con la cola entre las patas y la boca llena de sangre.
Desde lo alto del puente ve la casa del guardabarreras, la cancha, la vía del tren y los caminos tantas veces recorridos. Esperará la noche para bajar. Las calles estarán solas. No encontrará a ningún compañero de Rila. Patita todavía tiene miedo de aquellos que lo corrieron con piedras.
Esa mañana, al partir, le había dicho el perro del arroyo.
–Vuelve. Rila te espera.
Sí; Rila lo está esperando. Se lo dijo el perro del arroyo.
Pronto llegará la noche. Entonces podrá avanzar tranquilo, seguro.
Caminará hasta la casa de Rila sin que nadie lo vea. Se echará a los pies y le besará una mano. La mano herida. Y Rila lo perdonará.
Y otra vez volverán los días alegres, y escuchará de nuevo la voz querida:
–Vamos, Patita. Vamos.
Es como un sueño. Se encontrará con Rila dentro de pocas horas.
Bajo el puente hay un perro. Es viejo, ciego. Descansa tendido sobre las hierbas húmedas. Al escuchar pasos, se yergue. Es Patita que se aproxima, y le dice:
–¿Necesitás ayuda?
–Sí.
–¿Qué querés?
–Que me digas si cerca del puente hay tres durazneros y un sauce.
–No –responde Patita–. Hay sauces. Está lleno de sauces. Nada más.
Y agrega:
–¿Por allí vivís, cerca de esos durazneros?
–No –dice el perro ciego–. Yo no tengo ningún lugar para vivir. Quizás nunca lo tuve.
Es viejo el perro ciego. Flaco. Se le ven las costillas. Tiene una herida sobre el lomo y la cola larga.
Otra vez vuelve a decir:
–Yo no tengo ningún lugar para vivir.
De pronto, Patita recuerda lo que le dijo el perro del arroyo: "Y aquel de los dos que perdone primero debe esperar al otro cerca del puente, donde hay un sauce y tres durazneros". Y le pregunta:
–¿Sos Nerón?
–Sí. ¿Y vos?
–Yo soy Patita.
–Patita... Patita... –repite el perro ciego–. Nunca oí tu nombre.
–Yo conocí a tu amigo, el perro del arroyo. Él me contó por qué se separaron, y desde ese día, hace más de dos años, te está esperando donde hay un sauce y tres durazneros.
El perro ciego se levanta:
–¡Me está esperando! –dice–. ¡Llevame a su lado! ¡Estoy ciego! ¡No llegaré nunca solo! ¡Llevame!
Patita no responde. Mira el puente, la vía del tren, el camino.
–¡Llevame! –suplica el perro ciego.
Patita calla. Piensa en Rila. Esa noche volverá a verlo. Se echará a sus pies y le besará una mano. Y Rila lo perdonará.
–¡Por favor! ¡Llevame! ¡No llegaré nunca solo!
–Bueno. Te llevaré.
Y lo llevó.
Cuando llegaron, el perro del arroyo dormía.
Patita lo despertó y le dijo:
–En el camino encontré a Nerón. Hace mucho tiempo que te busca. Aquí está.
Se reconocen los dos viejos amigos. Juntan las cabezas en silencio. Permanecen un largo rato así, quietos, y lloran de felicidad.
–Nerón, ¿estás ciego? –pregunta el perro del arroyo.
–Sí –responde.
–No importa. Verás por mis ojos.
Patita deja a los dos amigos y se va.
Rila está sentado en la puerta de su casa. Tiene una mano vendada. No pudo ir a jugar a la pelota. Sus compañeros le prometieron hacer un buen partido. Iban decididos a ganar. Pero a Rila ya no le importa el club. Ha perdido a su amigo y está triste.
–¡Patita! ¡Pobre Patita! ¿Qué hará solo por las calles con esa pata tan flaca y tan pequeña? ¿Quién va a recogerlo? Nadie.
Nadie quiere un perro rengo.
Rila baja la cabeza. Le duele la mano herida, y la apoya sobre una pierna.
–Tiene que volver –dice–. Nadie lo quiere como yo. Sí. Volverá esta misma tarde.
Patita ha doblado la esquina. Viene arrastrándose. Rila no lo ha visto llegar. El perro se echa a sus pies con miedo. Rila siente que le acarician la mano herida. Reconoce a Patita y le tiende los brazos.
–¡Patita! ¡Patita! ¡Tenías que volver!
Suena en sus oídos la voz amiga. Y llora de felicidad, como lloraron Nerón y el perro del arroyo.
–¡Patita! ¡Patita! ¡Tenías que volver!
Rila abraza al perro. Patita deja caer la cabeza sobre un hombro del niño.
Fin ✿◕‿◕✿
"Patita", en Los sueños del sapo. © Javier Villafañe. © Ediciones Colihue S.R.L.
Ministerio de Educación. Secretaría de Educación. Plan Lectura 2009. República Argentina
Ilustración: ©Alfonso Lozano
bueno
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