
Sukimuki era una princesa japonesa.
Vivía en la ciudad de Siu Kiu, hace como dos mil años, tres meses y media hora.
En esa época, las princesas todo lo que tenían que hacer era quedarse quietitas.
Nada de ayudarle a la mamá a secar los platos. Nada de hacer mandados. Nada de bailar con abanico. Nada de tomar naranjada con pajita.
Ni siquiera ir a la escuela. Ni siquiera sonarse la nariz. Ni siquiera pelar una ciruela. Ni siquiera cazar una lombriz.
Nada, nada, nada.

Hay veces que pasan cosas raras. Pero vienen solas y no llaman mucho la atención.
Pasan y listo. Sanseacabó. Chaupinela. Pero también hay veces que pasan muchas cosas raras juntas. Entonces se hace más difícil mirar para otro lado y hacerse el que no se sabe nada.
Ese amanecer, por ejemplo, no prometía demasiado. El sol salió por el este y empezó a repartir su calorcito por todo el pueblo. La gente se levantaba de la cama, se lavaba la cara, desayunaba café con leche con tostadas y salía. Luis al menos hacía así.
Pero esa mañana tomó la leche con más calma que de costumbre, porque tenía tiempo de sobra. Se puso el guardapolvo, le dio un beso a la mamá y se fue.

I
La seño dijo que vamos a ir a la biblioteca de la escuela porque nos va a visitar un señor que hace libros. Los dibuja y los escribe.
Lo contó ayer cuando estaba por terminar la última hora. Nos dijo que le podemos preguntar cosas. De todo. Lo que queramos.
También vamos a leer sus libros y mirar los dibujos antes de que él venga.
II
Hoy leímos tres libros del que va a venir a visitarnos y la seño describió cómo eran los dibujos que él hace.
Nos contó que dibuja muchas lunas con nariz grande.
Y también soles. Muchos soles.
No sé para qué puede dibujar tantos soles si sol hay uno solo.
Cuando salgo de mi casa y voy a la escuela, siento el calorcito en la cara y la ropa, y ya me parece un montón un solo sol.

El río de aguas marrones corría bordeado por la sombra de los árboles. Pequeños remolinos jugaban con las hojas que caían bailoteando en el aire. Y un rumor de abejas flotaba en la tarde. En fin, era una buena tarde de verano.
Pero el coatí estaba triste.
El mono estaba triste.
La pulga estaba triste.
El quirquincho estaba triste.
En realidad, todos estaban tristes. Nadie cantaba, ni jugaba, ni corría, nadie hacía ningún ruido, porque hacía un tiempo que el tigre andaba al acecho.
Y cuando no hay ruidos, el monte se vuelve triste.
Y un monte triste es un mal lugar para vivir.
–Claro –dijo la paloma–, si no puedo decir currucucú, mis plumas pierden el brillo.
–Y yo –dijo el monito–, cuando no puedo saltar de rama en rama, ando arrastrando la cola.
–Si no puedo correr –dijo el coatí–, se me caen las lágrimas, y cuando se me caen las lágrimas me dan ganas de llorar.
–Lo peor –dijo la pulga– es que ya no tengo ni ganas de picar.
–¡Bah! –dijo la vizcacha–, todo es cuestión de acostumbrarse. Esto tiene muchas ventajas.
–Yo no le encuentro ninguna –gritó la pulga medio enojada.
Una vez, en un mes de noviembre, cuando faltaba poco para que terminaran las clases, se vio salir de cierta escuela a un chico y una chica tomados de la mano.
Cualquiera diría que eso no tiene nada de particular. Y lo más probable es que realmente no lo tenga.
Sin embargo, en este caso la situación mencionada se mezcla con confusos y enigmáticos sucesos, que hasta el día de hoy no han podido aclararse por completo.
Pero, antes de seguir adelante, repasemos un poco los acontecimientos.
Pocos días antes de que el chico y la chica de que hablábamos salieran de la escuela tomados de la mano, una silueta misteriosa, de manos invisibles y uñas un tanto mordisqueadas, había dejado caer una carta sobre el pupitre de Viviana.
Una tarde un sapo dijo:
—Esta noche voy a soñar que soy árbol.
Y dando saltos, llegó a la puerta de su cueva. Era feliz; iba a ser árbol esa noche.
Todavía andaba el sol girando en la vereda del molino. Estuvo largo rato mirando el cielo. Después bajó a la cueva, cerró los ojos y se quedó dormido.
Esa noche el sapo soñó que era árbol.
A la mañana siguiente contó su sueño. Más de cien sapos lo escucharon:

Los sábados eran días especiales en casa de Sofía. La mamá cocinaba galletitas de coco, de chocolate y de miel. Un olor riquísimo inundaba la casa y Sofía se moría de ganas de comerse el aire. Pero cuando sacaban las galletitas del horno, apenas si probaban una o dos y enseguida las guardaban en una lata azul y roja para el día siguiente.
La mamá planchaba la ropa que se pondrían al otro día, y si le quedaba tiempo iba a la peluquería.
Sofía, en cambio, se pasaba la tarde entera dibujando. A la nochecita acomodaba todos los dibujos sobre el piso de la cocina y elegía uno, sólo uno, para el día siguiente.
El domingo se levantaban temprano, tan temprano que en invierno todavía era de noche. Sofía se vestía en un santiamén; su mamá, en cambio, estaba horas arreglándose el vestido, peinándose, ensayando sonrisas con los labios pintados.

DERECHOS DE LA INFANCIA: NOMBRE Y NACIONALIDAD
¿Quién le puso el nombre a la luna?
¿Habrá sido la laguna, que de tanto verla por la noche decidió llamarla luna?
¿Quién le puso el nombre al elefante?
¿Habrá sido el vigilante, un día que paseaba muy campante?
¿Quién le puso el nombre a las rosas?
¿Quién le pone el nombre a las cosas?
Yo lo pienso todos los días.
¿Habrá un señor que se llama Pone nombres que saca los nombres de la Nombrería?
¿O la arena sola decidió llamarse arena y el mar solo decidió llamarse mar?
¿Cómo será?
(Menos mal que a mí me puso el nombre mi mamá.)
FIN ✿◕‿◕✿

DERECHOS DE LA INFANCIA: RESPETO
A Pirulo le gusta ir a la casa de su abuela porque en el jardín hay un estanque y el estanque está lleno de ranas.
Además le gusta ir por otras razones. Porque su abuela nunca le pone pasas de uva a la comida.
Y para él, que lo obliguen a comer pasas de uva es una violación al artículo 37 de los Derechos del Niño que prohíbe los tratos inhumanos.
Porque su abuela no le impide juntarse con los chicos de la ferretería para reventar petardos, de modo que goza de libertad para celebrar reuniones pacíficas, como estipula el artículo 15.
Porque su abuela no le hace cortar el pasto del jardín, lo que sería una forma de explotación, prohibida por el artículo 32.
Porque su abuela jamás lo lleva de visita a la casa de su prima. Según Pirulo, que lo lleven de prepo a la casa de su prima viola el artículo 11, que prohíbe la retención ilícita de un niño fuera de su domicilio.
Porque su abuela nunca limpia la pieza donde él duerme, así que no invade ilegalmente su vida privada. Artículo 16.
Porque su abuela jamás atenta contra su libertad de expresión oral o escrita –artículo 13–, de manera que puede decir todo lo que piensa sobre su maestra Silvina sin que su abuela se enoje.

DERECHOS DE LA INFANCIA: AUTONOMÍA Y PROTECCIÓN
"¿Qué vas a ser cuando seas grande?", me pregunta todo el mundo. Y aparte de contestarles: "Astrónomo" (o "colectivero del espacio"…, porque nunca se sabe…), tengo ganas de agregar otra verdad: "Cuando sea grande voy a tratar de no olvidarme de que una vez fui chico. "
Recuerdo que —cuando aún concurría al jardín de infantes— mi tía Ona me contó un cuento de gigantes. Después me mostró una lámina en la que aparecían tres y me dijo:
—Los gigantes sólo existen en los libros de cuentos.
—¡No es cierto! —grité—. ¡El mundo está lleno de gigantes!
¡Para los nenes como yo, todas las personas mayores son gigantes!
A mi papá le llego hasta las rodillas. Tiene que alzarme a upa para que yo pueda ver el color de sus ojos… Mi mamá se agacha para que yo le dé un beso en la mejilla… En un zapato de mi abuelo me caben los dos pies…
¡Y todavía sobra lugar para los pies de mi hermanita!

1º cuento: MONIGOTE EN LA ARENA
La arena estaba tibia y jugaba a cambiar de colores cuando la soplaba el viento. Laurita apoyó la cara sobre un montoncito y le dijo:
—Por ser tan linda y amarilla te voy a dejar un regalo —y con la punta del dedo dibujó un monigote de seda y se fue.
Monigote quedó solo, muy sorprendido. Oyó como cantaban el agua y el viento. Vio las nubes acomodándose una al lado de la otra para formar cuadros pintados. Vio las mariposas azules que cerraban las alas y se ponían a dormir sobre los caracoles.
—Hola —dijo monigote, y su voz sonó como una castañuela de arena.
El agua lo oyó y se puso a mirarlo encantada.
—Glubi glubi, monigote en la arena es cosa que dura poco —dijo preocupada y dio dos pasos hacia atrás para no mojarlo—. ¡Qué monigote más lindo, tenemos que cuidarte!
—¿Qué? ¿Es que puede pasarme algo malo? —preguntó monigote tirándose de los botones como hacía cuando se ponía nervioso.
—Glubi glubi, monigote en la arena es cosa que dura poco —repitió el agua, y se fue a a avisar a las nubes que había un nuevo amigo pero que se podía borrar.
—Flu flu —cantaron las nubes—, monigote en la arena es cosa que dura poco. Vamos a preguntar a las hojas voladoras cómo podemos cuidarlo.