Maximiliano era un chico que leía y leía sin parar.
En la biblioteca de su pueblo, no había un solo libro que no hubiera pasado por sus ojos. Hasta la guía de teléfonos, los prospectos de remedios y las recetas de cocina, se leía.
—Si seguís leyendo tanto te van a quedar los ojos abiertos y no los vas a poder cerrar más —le decía su mamá.
Un día de esos en los que no pasaba nada, Maxi caminaba por las calles vacías del pueblo. Era la hora de la siesta, y un vientito polvoriento enrulaba remolinos de hojas amarillentas aquí y allá.
Aburrido, pateaba una piedrita sonsa, como todas las cosas sonsas de este mundo. Pero de pronto, la piedrita se metió por debajo de un alto cerco.
—¡Ah, no! No te vas a ir así nomás —dijo Maxi.
Tocó el lugar por donde se había perdido la piedrita, y dos de las maderas se hundieron.
Intrigadísimo, Maxi pasó por el hueco.
En medio de un gran jardín, pudo ver un edificio muy antiguo, que tenía un cartel gastado con la palabra: ACETOILBIB
Maximiliano, que entre sus cosas siempre tenía un espejito, lo puso frente al cartel.
—¡Ajá! —dijo con voz de detective—. Con que estamos al revés…
Los escalones que conducían a la puerta de entrada bajaban en lugar de subir, así que nuestro amigo tuvo que pegar un salto para introducirse en el extraño lugar.
Adentro, el espectáculo era sorprendente. Del techo colgaban estantes en los que libros de los más brillantes colores se apilaban sin caerse. Una gran lámpara dorada en el medio del piso, iluminaba los lomos azules, rojizos, amarillos y violetas de los ocupantes de las bibliotecas.
De pronto, uno de los libros se desprendió de su sitio y fue a dar justo, justo, en las manos de Maxi. Con letras fosforescentes, podía leerse: AJOR ATICUREPAC
¡Al fin algo distinto! El chico abrió apresurado las tapas, y comenzó a leer: AJOR ATICUREPAC
“Caperucita Roja estaba, como siempre, jugando a romper viejas muñecas. Iba tirando con fastidio los pedacitos por el patio, mientras cantaba:
Caperucita Roja
Para el que no escucha:
Mi tapado es blanco
Y no tiene capucha
En eso apareció su madre y le dijo:
—Caperucita, necesito que vayas a lo de tu abuela. Pero ¡ojo! no quiero que le pegues al lobo cuando lo encuentres.
—¡Ufa, qué aburrido! —dijo la niña.
Su mamá prosiguió:
—Por favor, no metas arañas ni sapos adentro de la canasta porque a tu abuela le puede dar un soponcio.
Así fue como Caperucita salió con la canasta vacía y de muy mal humor rumbo a lo de su abuelita.
Cuando el lobo se enteró que la niña terrible venía cruzando el bosque, partió a toda carrera hacia lo de la ancianita.
—¡Abue, abue, ayudame! ¡Viene Caperucita y me va a pegar! Si me escondés debajo de la cama, yo te prometo que por dos meses no aullaré en las noches de luna llena.
La abuelita, que aunque estaba un poco sorda, las noches que gritaba el lobo no podía pegar un ojo, decidió esconderlo debajo de la cama.
Caperucita pateó la puerta y gritó:
—¡Abríme, abuelaaaaaaa!
—Solo abriré si me prometés que no meterás víboras ni bichos feos en mi casa —dijo la abuelita.
Maximiliano, muerto de risa, leyó hasta el final el cuento y luego tomó otro, y otro, y otro, bajándolos de los estantes del techo.
Así, pudo conocer la historia de Cenicienta, que mandaba a fregar a sus hermanas, y a la que su príncipe jamás logró ponerle el zapatito porque calzaba como cuarenta. Y la de Blancanieves que, muerta de envidia, envenenó a la madrastra porque era más linda que ella, y la de la Bella Durmiente que en realidad sufría de insomnio…
Maxi aprendió que, cuando se acaba un cuento, lo que sigue corre por cuenta de su imaginación.
Y como nunca más pudo encontrar el camino que había hecho aquel día, se dedicó a dar vuelta las historias para contárselas a sus amigos.
Cuentan los que pasan por ese pueblo, que la gente duerme de día y lee de noche, que los chicos se ríen cuando les ponen inyecciones y que los maestros juegan a la rayuela mientras los chicos les enseñan todo lo que quieren saber.
Lo que nadie puede, jamás, es aburrirse…
Fin ✿◕‿◕✿
“Historias al vesre” de Margarita Eggers Lan.
En Rayuela 4, Editorial Stella.
© Margarita Eggers Lan
Ilustración: Mónica Pironio
Colección: De la biblioteca a tu casa
Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología. Unidad de Programas Especiales. Campaña Nacional de Lectura
República Argentina, 2007
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