Ella sabe lo que vale su palabra.
Sabe que la respetan y la admiran. Sabe que viven pendientes de ella.
Están, también, quienes la cuestionan. El viejo elefante suele decir, enojado:
–¡No le creo una sola palabra! ¡Miente, miente, miente!
Y agrega:
–Pero me gusta escucharla...
Así que digamos de una vez de qué se trata: la jirafa, por virtud de su largo cuello, dice poder ver qué hay y qué ocurre más allá del horizonte.
¿Más allá de la raya donde termina la sabana africana? Sí.
La cuestión es que pasa las tardes mirando hacia allí y a veces hace exclamaciones y se sorprende y...
¿Entienden? Eso excita a los curiosos, llámense elefantes, leones, hipopótamos, avestruces, hienas. Y todos, todos, al caer la tarde la rodean y comienzan a preguntarle:
–¿Y? ¿Qué vio? ¿Qué pasó? ¡Cuente, cuente!
Y ella cuenta, le gusta mucho contar...
Esta noche –como todas las noches– los animales se disponen a escucharla.
–Hoy el Gigante de Tres Ojos lloraba –dice, y todos exclaman:
–¡Ohhh!
–Parece que fue porque la Bruja del Bonete Verde lo retó –sigue la jirafa.
–¿Cómo sabe? –pregunta el león–. Si no puede oír lo que hablan.
–Vi los gestos –retruca la jirafa–. Bueno, pero después vino el Dragón Celeste y lo acarició. Le habló un buen rato y al final el Gigante sonrió. En eso llegó el Lobizón de Dos Colas y...
–¿Cómo? ¿No había muerto? –pregunta el elefante.
–Esteee... No, bueno, se ve que no estaba muerto, lo que se dice muerto –aclara la jirafa–. Pero las heridas se le notaban bastante. En fin, se acercó al Gigante y al Dragón y algo les dijo, porque al rato hicieron fuego.
–¿Saben hacer fuego? ¡Qué seres maravillosos! –dice, con admiración, el avestruz.
–Era un fuego con llamas de colores –sigue la jirafa–. Sobre él comenzó a revolotear la Bruja. Y eso hizo enfurecer al Gigante, que comenzó a tirarle cascotes. El Dragón y el Lobizón trataban de calmarlo. Pero no había caso. La Bruja, mientras, reía.
–¡Qué cosa! ¡Es siempre la misma! Lo vuelve loco –murmura el hipopótamo, que sigue la historia desde que la jirafa la contó por primera vez–. Se ve que el Gigante está enamorado de ella y por eso la soporta.
–¡No, señor! –grita la hiena, que también está al tanto–. Él, muchísimas veces, se ha portado mal con ella. Recuerde cuando le pisó el vestido y se lo rajó.
–Bueno, no discutan –dice el león–. ¿Cómo sigue la cosa?
–Miren, si me van a interrumpir a cada rato –se queja la jirafa.
–No, no. Siga –exclaman todos.
–Bien. Al rato se despertó el Fantasma Negro y comenzó a patalear.
–¿Cómo? ¿Tiene pies? –pregunta el elefante.
–Bueno, es una forma de decir –aclara la jirafa–. Lo que hizo fue dar unos saltitos nerviosos porque no lo dejaban dormir. Pero la Bruja seguía sobrevolando el fuego, y el Gigante dele tirarle cascotes. El Lobizón y el Dragón ya no les daban bolilla y se habían puesto a bailar.
–¡Son una manga de locos! –grita, enojado, el león–. ¡Eso es lo que son! Así, qué ejemplo le dan a la niñita rubia.
–¿Cuál niñita rubia? –pregunta el avestruz.
–¡Cómo! ¿No se acuerda? ¡La que peina al Lobizón!
–Ah, cierto. Pero, siga, siga, doña jirafa.
–No, no puedo seguir –responde la jirafa.
–¡¿Por qué?! –preguntan todos, alarmados.
–Bueno, es que no seguí mirando porque me dolía la vista.
–¡Ohhh..! –dicen todos, y se desilusionan.
La jirafa calla, cierra los ojos y resopla. Lo hace muchas veces, porque le gusta que le rueguen para que siga contando. Aunque esta vez parece que es en serio.
–¿Entonces, no vio nada más? ¿Está segura? –pregunta el león.
–Bueno –contesta la jirafa–, me pareció que al final la Bruja se posaba sobre la cabeza del Gigante y le daba un beso.
–¡Ohhh..! –vuelven a decir todos. Pero esta vez se ponen contentos.
–Sin embargo, no estoy segura. No, señor. ¿Comprenden? No voy a decir que vi algo que no vi, ni a inventar cosas.
–No, no, claro –contesta el avestruz–. Así que... ¿no hay más por hoy?
–No –dice la jirafa–. Lo siento.
–¿El Duende con Lentes no apareció? –pregunta la hiena.
–No. Tal vez mañana –la jirafa hace un gesto como de “qué vamos a hacerle”.
Entonces los animales comienzan a retirarse a sus madrigueras. Al fin es tarde y deben dormir. Una luna pequeña les ofrece la escasa luz para el rumbo que cada cual debe tomar.
Moviendo sus orejas, como porfiando algo, el elefante se va diciendo:
–Insisto en que miente, miente, miente…
Y agrega:
–¡Pero me encanta escucharla!
FIN
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De: Cuentos más o menos contados. Edit. Alfaguara.
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Visto y leído en: El Libro de Lectura del Bicentenario -Primaria I
Plan LECTURA del Ministerio de Educación de la Nación Argentina
http://www.bnm.me.gov.ar/giga1/documentos/EL003407.pdf
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http://www.bancodeimagenesgratis.com/2012/08/ilustracion-todo-color-con-los-animales.html
Hermoso !!!!!!
ResponderEliminar¡Me encantó!
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