Sobre la orilla del río. En una casita de madera, vivía una familia muy pobre. Eran tan pobres que la comida nunca alcanzaba para todos, y por lo menos uno tenía que quedarse en ayunas cada vez que la familia comía. Los niños le preguntaban al abuelo:
—¿Por qué no somos ricos? ¿Cuándo nos haremos ricos también nosotros?
El abuelo respondía:
—Seremos ricos cuando vuele el borrico.
Los chicos se reían. Pero algo creían. De vez en cuando, iban al establo, donde el burro masticaba su pasto seco; entonces, le acariciaban el lomo y le decían:
—Esperamos que no tardes mucho en decidirte a volar.
Por la mañana, no bien se despertaban, iban corriendo a ver al burro:
—¿Vas a volar hoy? Mirá que lindo, que hermosos cielo. Es un día perfecto para volar.
Pero el burro sólo le hacía caso a su pasto.
—¿Por qué no somos ricos? ¿Cuándo nos haremos ricos también nosotros?
El abuelo respondía:
—Seremos ricos cuando vuele el borrico.
Los chicos se reían. Pero algo creían. De vez en cuando, iban al establo, donde el burro masticaba su pasto seco; entonces, le acariciaban el lomo y le decían:
—Esperamos que no tardes mucho en decidirte a volar.
Por la mañana, no bien se despertaban, iban corriendo a ver al burro:
—¿Vas a volar hoy? Mirá que lindo, que hermosos cielo. Es un día perfecto para volar.
Pero el burro sólo le hacía caso a su pasto.
Un día comenzó a llover mucho. El río creció. Cedió el dique y las aguas se derramaron sobre los campos.
Aquella pobre gente tuvo que refugiarse en el techo de la casita, y allí llevaron también el burro, porque el burro constituía toda su riqueza.
Los chicos lloraban de miedo. El abuelo les contaba muchas historias y, de vez en cuando, para hacerlos reír, le decía al burro:
—Tonto y recontratonto, ¿no ves en qué lío nos metiste? Si supieses volar, nos salvarías.
Los salvaron, en cambio, unos bomberos con su lancha y los llevaron a un lugar seco. Pero el burro no quiso subir a la lancha de ninguna manera. Los niños ahora lloraban por el burro y le suplicaban juntando las manos:
—¡Vení con nosotros! ¡Vení con nosotros!
—Vamos —dijeron los bomberos—, después vendremos a buscar el burro. Primero tenemos que rescatar a mucha gente.
¡Nunca se vio una inundación tan terrible!
La lancha se alejó y el burro se quedó en el techo, plantado sobre sus patas, inmóvil.
¿Saben cómo lo salvaron” ¡Con un helicóptero! La bonita mariposa con motor se detuvo en el cielo sobre la cabeza del animal, zumbando. Un hombre descendió por una soga y, por lo visto, sabía bastante de burros, porque lo sujetó con cuidado por debajo de la panza. Luego, el helicóptero partió.
Y los chicos, que estaban acampando sobre el dique como soldados en guerra, vieron llegar a su burro a través del cielo.
Se levantaron de golpe, comenzaron a reír y a saltar, y gritaban:
—¡Vuela! ¡Vuela! ¡Somos ricos!
De todo el campamento, atraída por aquellos gritos, salió gente a mirar y a preguntar:
—¿Qué ocurrió? ¿Qué pasa?
—¡Nuestro burro vuela! —gritaban los niños—. Ahora somos ricos.
Algunos movían la cabeza con pena; pero muchos sonreían, como si sobre la llanura gris de la inundación hubiese asomado el sol, y decían:
—Es cierto. Tienen tanta vida por delante que no son pobres para nada.
RODARI, GIANNI. El libro de los errores. Madrid, Espasa-Calpe, 1989
Ilustración: Fabián Rivas
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