
El sueño apenas era…, era tan apenas que definirlo minúsculo ya era hacerlo grande.
Sin embargo tenía tantas ganas de vivir, de ser…, de crecer, que se volvió un suspiro.
Primero voló por donde vuelan todos los sueños, sean grandes o pequeños, alrededor de la noche, sobre la luna. Paró de vez en cuando a descansar sobre el regazo de alguna que otra estrella, puesto que era tan… tan pequeñito que se cansaba.
Por este motivo y sin proponérselo se le fue pegando un poco de brillo de cada estela, de las estrellas en la que se posaba.
Y fue entonces que aún siendo tan sólo un suspiro, si decidía seguir creciendo mientras volaba, se hacía visible por culpa de esas chispitas que le vestían.
Al sueño le pareció divertido eso de ir señalando sus primeros pasos. Y jugando… y jugando… llegó bailando hasta los tejados.
De los tejados descendió para mirar por las ventanas. Entonces vio como los niños dormían, los vio felices y tranquilos. Todos los niños dormían menos uno, que con los ojos abiertos… ¡suspiraba y suspiraba!
Tanto suspiraba ese niño que en un… ¡suspirar! a ese sueño chiquitito lo respiró.
Entonces… el sueño que ya estaba dentro del niño comenzó a crecer… crecer… y crecer.
Por eso el sueño se sintió tan feliz, tan feliz se sentía según crecía dentro de aquel niño, que el niño también terminó sintiéndose feliz.
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