Felipe estaba harto de ser soldado de torta. En una casa con cuatro niños: Valerio, Víctor, Venancio y Valentín, todos los años le tocaba un cumpleaños de trabajo… ¡Era demasiado! Estaba decidido a cambiar de actividad. Quería ser útil toda la temporada.
Escuchó que el menor, Valentín, de sólo un año, lloriqueaba en la cuna. Su mamá estaba hablando por teléfono, entonces Felipe salió de la alacena y en puntas de pie fue hasta la almohada de Valentín. Le cantó bajito:
Duérmase niñito, duerma Valentín,
su amigo Felipe lo cuidará aquí.
¡El nene se durmió!
Esa tarde comenzaban las clases para Venancio y estaba asustado. Era la primera vez que se separaba de Mamá. Entonces Felipe se deslizó en su bolsillo y cuando llegó el terrible momento, le cantó bajito:
Tranquilo Venancio. Quédese tranquilo,
que aquí en su bolsillo lo cuida un amigo.
El niño acarició a Felipe en su bolsillo y se sintió seguro.
A la nochecita se preocupaba Víctor. Debía escribir una historia y no se le ocurría ninguna…Miró hacia la alacena. Vio que Felipe le hacía señas. Se acercó y escuchó:
—Mi querido Víctor, si debe escribir, escriba mi historia, hábleles de mí.
Entonces el niño contó que él y sus hermanos, para los cumpleaños, tenían una torta donde un soldadito… y le salió un cuento tan hermoso que le gustó a todos.
En la clase de deportes debía jugarse un partido muy importante. Como Felipe estaba al tanto, se había metido la noche anterior en el bolsillo de Valerio. Cuando estaba por concluir el encuentro, el equipo necesitaba marcar un tanto. El jugador que debía hacerlo era él, que oyó a Felipe entonar:
Todo saldrá bien. ¡Ánimo Valerio,
se lo digo ahora y lo digo en serio!
Fue como ocurrió y ganaron.
Felipe estaba contento con su nueva ocupación, aunque veía que ya había cantado para sus cuatro amigos. ¿Se le presentaría otra oportunidad...? Lo dudaba… Los niños irían a visitar a una vecina anciana que siempre les preparaba una golosina especial: dados de pan tostado con miel. Allá fue Felipe también, en un paquete para la viejita.
Los mayores jugaron con Chiquita-ése era el apodo de su vecina-a la casita robada y los más pequeños le ayudaron a alimentar a las gallinas con granos de maíz. La tarde pasó muy rápido, como la anterior. Volvieron a su hogar. Felipe no. Él vio una gran tristeza en los ojos de Chiquita y resolvió quedarse.
Cuando en la casa sólo hubo silencio y las gallinas se fueron a dormir, la viejita se preparó una taza de té con leche y pan. Se sentó a la mesa y allí estaba Felipe, cantando como las otras veces:
Señora Chiquita, me voy a quedar,
nunca más solita usted estará.
Así fue. Felipe está con ella y todos los días le inventa una canción nueva. Los niños siempre los visitan, por supuesto.
MARÍA ALICIA ESAIN ©2006
FIN
Ilustración: Carlos Rivera ~castorGraphiko. México
http://castorgraphiko.blogspot.com.ar/2010/03/vectorizados.html
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Visto y leído en: RINCONES DEL JARDÍN
http://elblogderinconesdeljardin.blogspot.com.ar/2010/08/cuento-de-agosto.html
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