lunes, 6 de mayo de 2013

Cuento: GUSTOS SON GUSTOS, de Gustavo Roldán


Ahí estaban el yuchán y el jacarandá, el quebracho colorado y el chañar, las palmeras y el mistol, y el lapacho, esa fiesta de flores rosadas.

Todos los árboles eran grandes y hermosos, pero el algarrobo parecía una guitarra llena de colores y música porque ahí cantaban los pájaros.

La sombra del algarrobo, tan grande, alcanzaba para todos los bichos, y las vainas amarillas colgando de las ramas y desparramadas por el suelo eran hilos de sol y dulzura.

Y ahí estaba el río de aguas marrones, el río del color de la tierra, ese río al que no se podía mirar sin pensar que hay cosas que nunca comienzan y nunca se acaban.

Y al lado del río, a la sombra del algarrobo, estaban el mono y el coatí, el quirquincho y el oso hormiguero, el pequeño tapir y la corzuela y la iguana, y mil animales más. También estaba el ñandú. Y el piojo que vivía en la cabeza del ñandú.

Entonces el grito los sorprendió a todos.

Desde la pluma más alta de la cabeza del ñandú el piojo estaba largando un sapucay que tenía revoloteando a los pájaros y hacía caer algarrobas a puñados.

Siete minutos duró el grito, y fue el sapucai más largo que se hubiera escuchado por esos pagos.


Y se hizo tan famoso que ese paraje que se llamaba El Monte de las Víboras, fue conocido desde entonces como El Monte del Sapucay del Piojo. Los pájaros se posaron otra vez en las ramas, las algarrobas dejaron de caer, y el piojo, después de respirar hondo, pudo decir:

—¡Volvió don sapo! ¡Ahí llega don sapo!

Todos los animales corrieron a recibirlo.

—¡Cómo le fue, don sapo! ¡Qué tal el viaje! ¡Cómo hizo, don sapo, cómo hizo! ¿Queda muy lejos? ¿Es cierto que hay mucha gente? ¡Cuente, don sapo, cuente! ¿Es grande Buenos Aires?

—Despacito y por las piedras…que ya parecen porteños por lo apurados.

—Es que estamos curiosos desde que nos enteramos que se había ido a Buenos Aires —dijo el coatí—. ¿Cómo hizo, don sapo?

—Fácil, m'hijo. ¿Usted vio la creciente grande y todos los camalotes que pasaban? Bueno en cuanto vi pasar un camalote que me gustó, salté y me fui.

—¿Y es muy grande Buenos Aires?

—¡Ni le cuento! Pueblo grande, sí, pero todos apurados…

—¿Apurados? —preguntó la cotorrita verde—. ¿Adónde van apurados?

—A ninguna parte. Son costumbres nomás. Será que eso les gusta. Y se la pasan viajando, amontonados, en unas cosas enormes que van para todos lados.

—¿Y eso les gusta?

—Debe ser, porque pagan para hacerlo.

—¡Mire que es loca la gente! —dijo el piojo.

—No diga eso, m'hijo. Gustos son gustos… Y cuando vuelven a sus casas se sientan frente a una caja, y ahí se pasan las horas mirando propagandas.

—¿Propagandas de qué?

—De champú. Se ve que son locos por el champú.

—¿Y río, don sapo? ¿Tienen río?

—Uno grande a más no poder.

—¿Más ancho que el Bermejo?

—Más ancho. Dicen que es el más ancho del mundo.

—¡Qué lindo! —dijo el yacaré—. ¡Ahí se bañarán todos muy contentos!

—¡Qué se van a bañar! Lo usan para tirar basuras. Está prohibido bañarse ahí.

—Será que no les gusta el río.

—Don sapo —dijo el tapir—, tengo dos preguntas para hacerle: ¿Esas gentes nos conocen? ¿Nos quieren?

—Linda pregunta, pero es una sola, no dos.

—No don sapo, yo le hice dos preguntas.

—Mire, chamigo, hay un viejo pensamiento que acabo de inventar que dice: “No se puede querer lo que no se conoce”.

—¿Y a nosotros no nos conocen?

—No. Conocen muchos animales pero de otro lado. Se ve que les gusta conocer cosas de otro lado, hipopótamos, cebras, elefantes, jirafas, ardillas y un montón más. Pero a nosotros no nos conocen, y por eso no nos quieren.

—Bah —dijo el quirquincho—, no saben lo que se pierden.

—Yo me quedé pensando en eso de que usan el río para tirar basuras —dijo el monito—. ¿Y qué les gusta?

—Prohibir. Eso se ve que les gusta. Se la pasan prohibiendo todo el día. Prohibido subir, prohibido bajar, prohibido pisar. Prohibido pararse y prohibido correr. Siempre ponen cartelitos prohibiendo algo.

—Eso sí que no lo entiendo —dijo el coatí—. ¿Y si alguno no le hace caso a los cartelitos?

—Viene la policía y se lo lleva.

—No le veo la gracia —dijo el piojo.

—¡Qué quiere que le diga, m'hijo! Gustos son gustos.



FIN



Gustos son gustos, de Gustavo Roldán en “Sapo en Buenos Aires” Ediciones Colihue, Colección Libros del Malabarista.

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Visto y leído en: Decimos Lee
http://decimoslee.blogspot.com.ar/2010/05/gustos-son-gustos-cuento.html

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