sábado, 13 de abril de 2013

Cuento: LOS SUEÑOS DEL SAPO, de Javier Villafañe


Una tarde un sapo dijo:

—Esta noche voy a soñar que soy árbol.

Y dando saltos, llegó a la puerta de su cueva. Era feliz; iba a ser árbol esa noche.

Todavía andaba el sol girando en la vereda del molino. Estuvo largo rato mirando el cielo. Después bajó a la cueva, cerró los ojos y se quedó dormido.

Esa noche el sapo soñó que era árbol.

A la mañana siguiente contó su sueño. Más de cien sapos lo escucharon:


—Anoche fui árbol —dijo— un álamo. Estaba cerca de unos paraísos. Tenía nidos. Tenía raíces hondas y muchos brazos como alas, pero no podía volar. Era un tronco delgado y alto que subía. Creí que caminaba, pero era el otoño llevándome las hojas. Creí que lloraba, pero era la lluvia. Siempre estaba en el mismo sitio, subiendo, con las raíces sedientas y profundas. No me gustó ser árbol.

El sapo se fue, llegó a la huerta y se quedó descansando debajo de una hoja de acelga.

Esa tarde el sapo dijo:

—Esta noche voy a soñar que soy río.

Al día siguiente contó su sueño. Más de doscientos sapos formaron rueda para oírlo.

—Fui río anoche —dijo—. A ambos lados, lejos tenía las riberas. No podía escucharme. Iba llevando barcos. Los llevaba y los traía. Eran siempre los mismos pañuelos en el puerto. La misma prisa por partir, la misma prisa por llegar. Descubrí que los barcos llevan a los que se quedan. Descubrí también que el río es agua que está quieta, es la espuma que anda; y que el río siempre está callado, es un largo silencio que busca orillas, la tierra, para descansar. Su música cabe en las manos de un niño; sube y baja por las espirales de un caracol. Fue una lástima. No vi una sola sirena; siempre vi peces, nada más que peces. No me gustó ser río.

Y el sapo se fue, volvió a la huerta y descansó entre cuatro palitos que señalaban los límites del perejil.

Esa tarde el sapo dijo:

—Esta noche voy a soñar que soy caballo.

Y al día siguiente contó su sueño. Más de trescientos sapos lo escucharon. Algunos vinieron de muy lejos para oírlo.

—Fui caballo anoche —dijo—. Un hermoso caballo. Tenía riendas. Iba llevando un hombre que huía. Iba por un camino largo. Crucé un puente, un pantano; toda la pampa bajo el látigo. Oía latir el corazón del hombre que me castigaba. Bebí en un arroyo. Vi mis ojos de caballo en el agua. Me ataron a un poste. Después vi una estrella grande en el cielo; después el sol; después un pájaro se posó sobre mi lomo. No me gustó ser caballo.

Otra noche soñó que era viento. Y al día siguiente dijo:

—No me gustó ser viento.

Soñó que era luciérnaga, y dijo al día siguiente:

—No me gustó ser luciérnaga.

Después soñó que era nube, y dijo:

—No me gustó ser nube.

Una mañana los sapos lo vieron muy feliz a la orilla del agua.

—¿Por qué estás tan contento? —le preguntaron.

Y el sapo respondió.

—Anoche tuve un sueño maravilloso. Soñé que era sapo.



FIN


Tenés derecho a que se respete tu identidad y a sentirte bien con tu color de piel, tu pelo, tus ojos y todos los rasgos de tu persona. A nadie, chico o grande, se debe discriminar por su religión, su cultura o su origen racial.

Así aparece en el artículo 30 de la Convención Internacional sobre los Derechos de la Infancia.


Javier Villafañe (1909 – 1996). Fue uno de los padres del moderno movimiento titiritero en la Argentina y en Latinoamérica. Nació y murió en Buenos Aires, pero su vida profesional fue una larga sucesión de viajes que lo convirtieron en ciudadano de todas partes. Sólo parcialmente fueron viajes de esos que realizan las personas exitosas invitadas a participar de eventos, a dar charlas o a realizar presentaciones. Villafañe inventó el viaje como modo espiritual de vida. Contaba que un día, desde el balcón de la casa de su hermano, él y su amigo Juan Pedro Ramos, también poeta, vieron pasar un carro cargado de heno y sobre éste un muchacho acostado “mirando el cielo mientras masticaba un pastito largo y amarillo”; que eso los inspiró a armar la carreta La Andariega con el teatrillo de títeres incorporado y a emprender un viaje por los caminos de provincia guiados por el animal de tiro, a su antojo, sin metas, sin tiempo. Corría el año 1935 y el proyecto llevó alrededor de dos años de preparación. De allí en más La Andariega fue el nombre de su teatro y éste, ya en carro, ya en canoa, en automóvil, en tren, en avión y en diferentes vehículos recorrió primero la Argentina, los países de América y luego Europa; llegó al Asia.


Colección: Cuento con vos - Cuentos sobre tus derechos -
Ministerio de Educación. República Argentina



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