Algunas historias cuentan que un día Dios trabajó con un poco de barro, usando toda la habilidad que tienen las manos de Dios.
Tenía ganas de hacer algo de lo que no tuviera que arrepentirse. Había hecho muchas cosas pensando que eran una obra perfecta, como el hombre o las arañas, pero después sólo sirvieron para las burlas del diablo.
No era grave que el diablo se burlase, ya se sabe que del diablo se puede esperar cualquier cosa. Lo grave era que tenía razón.
—¡Añámembuí! Dijo Dios para practicar un poco de guaraní, pero sin saber muy bien lo que estaba diciendo.
—¡Ahora las cosas van a ser diferentes!
Y las manos de Dios modelaron sin apuro, hasta que apareció el pájaro más pequeño y más hermoso.
Apenas era un trozo de barro, pero el ojo de Dios ya podía ver los colores irisados en esa mezcla de verde y azul que pensaba usar para su obra maestra.
Lo puso en una rama, dio un paso hacia atrás, para mirarlo mejor, y dijo:
—¡Qué envidia le va a dar al diablo!
Casi se arrepiente por tener esa clase de pensamientos, pero ya estaba cansado de arrepentirse, y entonces se dijo:
—Si yo no voy a poder pensar como se me dé la santísima gana...
Y ahí nomás, aunque estaba feliz con su pájaro se le ocurrió otra idea.
—¿Y si le hago un pico más largo? ¿Y si le pongo un adorno blanco en la garganta?
Las manos de Dios ya estaban amasando otro pedacito de barro.
—¡Bien hecho! —les dijo a las manos. Quiero ver cómo quedan uno al lado del otro.
Los miró y le parecieron hermosos.
—¿Y uno con tonos cobrizos, para que se parezca más al sol?
No había terminado de hablar cuando ya las manos preparaban otro minúsculo trozo de barro.
Fue un poquito más grande, para ver y comparar.
Y allí estaban los tres pajaritos.
—No sé, no sé ¿Cuál será más hermoso? —dudó Dios que, como cualquiera sabe, no está acostumbrado a dudar.
No dijo nada más, pero ya sus manos preparaban otro poco de barro suavemente amasado.
Y el cuarto pajarito tuvo una larga cola roja y unos toques de rojo en las puntas de las alas.
Entonces Dios comenzó a reírse inspirado como nunca, y le dijo a sus manos:
—¿Y si le hacemos un largo pico curvo?
—¿Y si mezclamos rojo, amarillo y verde?
—¿Y una cola como la cola de la tijereta?
—¿Y otro que tenga apenas el tamaño de la uña del dedo chico?
—¿Y uno que parezca de oro?
Y fue otro y otro y otro...
Ese día las manos de Dios no descansaron. Cuando terminó, trescientos veinte picaflores estaban posados en las ramas de un árbol.
Ni siquiera en los jardines del cielo había tantos colores.
Entonces vio que en su entusiasmo por comparar había dejado a sus pájaros largas horas sin moverse.
Rápidamente sopló y les dijo:
—¡Vuelen, picaflores! ¡Vuelen colibríes! ¡Vuelen mainumbíes, pajaritos zumbones, tumiñicos, rundunes!
Y volaron trescientas veinte ráfagas.
—¡No se detengan! ¡Los tuve tanto tiempo quietos... Ahora podrán volar sin cansarse!
Las manos indicaron para adelante, para el costado o para atrás, como no puede volar nadie.
Y las manos aletearon en el mismo lugar, flotando en el aire.
Los picaflores siguieron los movimientos de las manos y se alejaron, ensayando esa danza que aumentaba el brillo de sus plumas.
Dios los miró volar, vio cómo cada uno elegía una flor diferente, probando los sabores.
Entonces sonrió, y dijo:
—¡Añamembuí! Para seguir practicando un poco de guaraní.
Y sonrió, porque estaba contento, pero especialmente pensando en la envidia que le iba a dar al diablo.
FIN ✿◕‿◕✿
(El pájaro más pequeño. Santa Fe, Argentina, Ediciones Universidad Nacional del Litoral. Colección Diente de león.)
Visto y leído en: DOCENTES Y ESTUDIANTES SEGUI
http://docentesyestudiantessegui.blogspot.com.ar/2012/08/el-pajaro-mas-pequeno-gustavo-roldan.html
Imagen: BEST-WALLPAPER
http://es.best-wallpaper.net/hummingbird-flowers-flying_1680x1050.html
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