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Psicología Social. 2 Cuentos enviados por Laura Diz



Cuento 1: EL DEDUCTIVO SEÑOR TÁBANO, de Pedro Pablo Sacristán

El señor Tábano era el nuevo responsable de la oficina de correos de la pradera. Le había costado mucho obtener aquel trabajo tan respetado viniendo desde otro jardín, y según él, lo había conseguido gracias a sus grandes dotes deductivas. Y aquel primer día de trabajo, en cuanto vio aparecer por la puerta a don escarabajo, la señora araña, la joven mantis y el saltamontes, ni siquiera les dejó abrir la boca:

—No me lo digan, no me lo digan. Seguro que puedo deducir cada uno de los objetos que han venido a buscar- dijo mientras ponía sobre el mostrador un libro, una colchoneta, una lima de uñas y unas gafas protectoras.

—La lima de uñas será para doña Araña, sin duda. De tanto arañar tendrá que arreglarse las uñas.

—La colchoneta, —prosiguió aún sin dejarles reaccionar— sin pensarlo se la entregó al señor saltamontes, pues debe entrenar sus saltos muy duramente para mantenerse en forma. Las gafas tienen que ser para el escarabajo, todo el día con la cara tan cerca del suelo obliga a protegerse los ojos. Seguiremos con este gran libro, que seguro es una Biblia; tendré que entregárselo a la joven mantis religiosa, a la que pido que me incluya en sus oraciones. Como verán...

No le dejaron concluir. Lo de la mantis, conocida en la pradera por haber renunciado a su apellido de religiosa, fue demasiado para todos, que estallaron a reír en carcajadas...

—Menudo detective está hecho usted —dijo el saltamontes entre risas—. Para empezar, doña araña viene por el libro, ella es muy tranquila, y por supuesto que no araña a nadie. La colchoneta es para el señor escarabajo, que gusta de tumbarse al sol todos los días en su piscina, ¡y lo hace boca arriba!... nuestra coqueta la mantis, por supuesto, quiere la lima de uñas, y al contrario que doña araña, no tiene nada de religiosa. Y las gafas protectoras son para mí, que como ya no veo muy bien me doy buenos golpes cuando salto por los montes...

—Ajá, —interrumpió el tábano, recuperándose un poco de la vergüenza— ¡luego usted sí salta montes!

—Yo sí —respondió el saltamontes—, pero como verá, guiarse por sus prejuicios sobre la gente para hacer sus deducciones provoca más fallos que aciertos...

Cuánta razón tenía. Sólo unos días más tarde, tras conocer en persona a los insectos del lugar, el propio señor Tábano se reía bien fuerte cuando contaba aquella historia de sus deducciones, hechas a partir de sus prejuicios antes incluso de conocer a nadie. Y comprendió que juzgar algo sin conocerlo es cosa de necios.



FIN

Gentileza: Laura Diz.
Psicóloga Social, Especialista en Gestión Educativa y Diversidad


Cuento 2: EL NIÑO QUE TENÍA DOS OJOS.
Idea y texto, J. L. García Sánchez y M. A. Pacheco.


Entre anoche y esta mañana, existió un planeta que era muy parecido a la Tierra. Sus habitantes sólo se diferenciaban de los terrestres en que no tenían más que un ojo. Claro que un ojo maravilloso con el que se poda ver en la oscuridad, y a muchísimos kilómetros de distancia, y a través de las paredes…

Con aquel ojo se podían ver los astros como a través de un telescopio y a los microbios como a través de un microscopio…

Sin embargo, en aquel planeta las mamás tenían a los niños igual que las mamás de la Tierra. Un día nació un niño con un defecto físico muy extraño: tenía dos ojos. Sus padres se pusieron muy tristes. No tardaron mucho en consolarse; al fin y al cabo era un niño muy alegre…y, además, les parecía guapo… estaban cada día más contentos con él. Le cuidaban muchísimo.

Le llevaron a muchos médicos pero su caso era incurable. Los médicos no sabían qué hacer. El niño fue creciendo y sus problemas eran cada día mayores: necesitaba luz por las noches para no tropezar en la oscuridad… Poco a poco, el niño que tenía dos ojos se iba retrasando en sus estudios; sus profesoras le dedicaban una atención cada vez más especial…Necesitaba ayuda constantemente.

Aquel niño pensaba ya que no iba a servir para nada cuando fuera mayor… Hasta que un día descubrió que él veía algo que los demás no podían ver. En seguida fue a contarles a sus padres cómo veía él las cosas (¡En colores, no como los demás, que sólo veían en blanco y negro!). Sus padres se quedaron maravillados… En la escuela sus historias encantaban a sus compañeros. Toso querían oír lo que decía sobre los colores de las cosas. Era emocionante escuchar al chico de los dos ojos.

Y al cabo del tiempo era ya tan conocido que a nadie le importaba su defecto físico. Incluso llegó a no importarle a él mismo. Porque, aunque había muchas cosas que no podía hacer., no era, ni mucho menos, una persona inútil. Llegó a ser uno de los personajes más queridos de todo su planeta. Y cuando nació su primer hijo todo el mundo reconoció que era muy guapo. Además, era como los demás niños; tenía un solo ojo.



FIN

(El niño que tenía dos ojos. Idea y texto, J. L. García Sánchez y M. A. Pacheco.
Ilustraciones de Ulises Wensell. Madrid: Altea, 1978. 2.ª ed., Madrid: Altea benjamín, 1986.)

Gentileza: Laura Diz. Psicóloga Social, Especialista en Gestión Educativa y Diversidad


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