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Cuentos y chinventos de Silvia Schujer


CARTA A LOS CHICOS

No sé si les dije que hoy es un día violeta, es decir de sol que amenaza con lluvia. De veredas repletas de gente que apenas se mira. Así son los días violetas. A mí me pasa que quiero escribir un cuento y la lapicera se me corre de las manos. Que tengo ganas de tomar leche con galletitas y seguro que si voy a la mesa me encuentro con un tazón de té. Y que no me enojo porque los violetas no son días de enojarse.

Podría ser azul, como cuando el cielo es un espejo y las caras de las personas parecen flores que se abren contra el viento. O rojo, como cuando todo parece estar a punto de suceder: una risa a punto de estallar, dos manos a punto de estrecharse, un avión a punto de levantar vuelo. Pero no. Ni rojo ni azul. El día de hoy es violeta y así son los días violetas.


Por mucho que uno quisiera no podría volverlo amarillo. Un día amarillo claro. De esos en que los ojos se quedan atrapados en el vidrio de una ventana y los recuerdos van de atrás para adelante y de adelante para atrás. Como si se abriera un álbum de fotografías y las caras risueñas de los familiares vivieran de nuevo momentos que ya pasaron. Esos días amarillos en los que uno está adentro de su casa porque llueve. Esos días amarillos que se confunden con los grises sólo porque cuando llueve el cielo se pone gris.

Sin embargo los días grises son distintos. En ellos puede haber sol y los árboles estar más que florecidos. En los días grises, es la mirada de uno la que tiene nubes y entonces por cualquier cosa se llora. O se hace puchero. O un nudo en la garganta simplemente porque si. O porque uno quisiera que fuera un día azul y las nubes de la mirada lo nublan todo.

A mí me gustan los días verdes. Como las copas de los árboles en primavera. Como enormes extensiones de campo vistas desde lo alto. Son días en los cuales los edificios parecen construidos de pasto. Y hasta los delantales blancos de la escuela parecen hojas moviéndose de aquí para allá.

Uno se da cuenta desde que amanece cuando el día es verde. Porque en vez de quedarse en la cama, se sienten las piernas para caminar y saltar. Y llegar a cualquier parte aunque quede muy lejos.

Desde que uno se viste sabe que el día es verde. Y entonces es posible hacer los deberes con música de fondo. O jugar con los amigos que ese día —porque es verde para ellos también— están más divertidos que nunca.

A mí me gustan los días verdes porque los cuentos que escribo son los mejores y los leen hasta los marcianos.

A mí me gustan los días verdes, porque tienen algo de azul aunque no lo sean. Porque los días azules son como hermosas postales para mirar. Y los verdes son, sobre todo, para pisar.

Hay días lisos, con pintitas y multicolores. Horas anaranjadas con horas fucsias que se mezclan. Y tardes blancas para enamorarse.

Así se desliza la vida. Desde la paleta de un pintor desconocido. El tiempo se derrama gota a gota del pincel.

Por eso hoy es un día violeta. Y tal vez mañana sea rojo. O dorado o transparente. En uno de ésos, quizás nos encontremos.




FIN ✿◕‿◕✿



Texto extraído, con autorización de la autora y los editores, del libro Cuentos y chinventos, de Silvia Schujer. Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1986. Colección Libros del Malabarista.


Visto y leído en: Revista Imaginaria
N° 35 | AUTORES/FICCIONES | 4 de octubre de 2000
http://www.imaginaria.com.ar/03/5/schujer5.htm

Ilustración: ©Eric Barclay
http://ericbarclay.blogspot.com.ar/



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