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Cuento: Nacho, un niño parecido a mí, de Claudia De Angelis


Esperaba los domingos como quien espera los veranos para comer un helado de chocolate. Ese día mi papá me trajo el desayuno a la cama. Entre mimos, café con leche y medialunas, armábamos como en un rompecabezas, las salidas y los juegos que nunca quería, se terminasen.

Después del almuerzo, salimos hacia la plaza. Aquel lugar era mágico para mí, subida a la bicicleta daba vueltas sintiéndome la protagonista de un cuento, que sólo por un día abría sus páginas para no ser leídas ni contadas, sino vividas.

Una tarde, encontré a un niño parecido a mí, sentado sobre el escalón del cielo de una rayuela gigante dibujada en el piso de la plaza. Tenía la cara sucia, pero una mirada tan dulce que tuve ganas de sentarme a su lado para preguntarle el nombre. Miré a mis padres y entendí que apoyaban lo que hacía, me agaché y lo saludé:

—Hola.

—Hola —contestó sin dejar de mirarme.

—Me llamo Abril ¿y vos?

—Nacho.


Traté de hacerme amiga y aunque al principio me resultó difícil, lo logré. Lo invité a las hamacas, al tobogán, al pasamano y luego comimos unos ricos sándwiches que mi mamá nos preparó a modo de merienda. Después de jugar a las escondidas y perder tres veces al veo-veo, Nacho y yo parecíamos conocernos de toda la vida. Habíamos podido hablar, reír y compartir nuestros sueños, esto era lo más lindo que nos había pasado.

—¿Vas a venir el próximo domingo? —le pregunté entusiasmada.

—No sé —respondió triste.

—Yo vivo cerca de la plaza ¿y vos?

—Yo vivo en el tren —me dijo y se puso colorado— ¿Te vas a acordar de mi sueño?

En ese instante sentí que mi mamá gritaba mi nombre, me acerqué a Nacho, lo saludé con un beso casi en el aire rozándole la mejilla y me fui. Hice dos pasos y cuando giré la cabeza, no volví a verlo. El día más lindo se había terminado, pero a diferencia de otras veces, no me había dado cuenta ni me había entristecido por eso.

La semana iba a comenzar en horas y el lunes se me acercaba como una pesadilla. El reloj sonó tarde y no tuve tiempo de remolonear en la cama. Desayuné rápido, y del mismo modo subí al micro que me llevaba al colegio. Tenía la mente fija en aquello que sólo la luna y yo sabíamos y me propuse trabajar duro para hacerlo realidad.

Cuando regresé de la escuela, antes de tomar la leche, busqué mi chanchito de alcancía. Estaba pesado porque en él no sólo guardaba monedas sino también los billetes que el ratón Pérez me había dejado por mis dientes caídos. Después de saber con cuánta plata contaba, me senté a la mesa para merendar. Mientras mojaba las vainillas, organicé mentalmente los pasos que debía seguir y anoté en la última hoja del cuaderno de matemática la plata que tenía.

El martes siguiente le pregunté a mi compañero de banco si con esa plata podría comprar una pelota número cinco nueva, pero él me contestó que con lo ahorrado, solo alcanzaría para comprar una usada. Me llevó todo un recreo darle la respuesta, y en el aula nos pusimos de acuerdo. Le pedí que la comprara y me la llevara a casa.

Tardó como tres días en conseguirla. Cuando la tuve entre mis manos, la abracé como si fuera la muñeca más esperada, la envolví y la guardé en mi placard. A la hora de cenar, develé a mis padres el sueño que me había motivado toda la semana y les mostré la pelota. Cuando me dieron el beso de las buenas noches, me dijeron que se sentían orgullosos de mí.

El sábado llovió casi toda la tarde y mi esperanza no era de color verde, la noche me sorprendió mirando por la ventana y el sueño cayó sobre mí, como las gotas lo hacían en el jardín de mi casa.

El domingo llegó y con él todo el sol y la bandeja con el desayuno humeante que mi padre había preparado. Por la tarde nos fuimos a la plaza. Sabía que encontrar a Nacho no me sería una tarea fácil, pero mi regalo valía la pena cualquier esfuerzo. El día estaba precioso y la plaza llena de niños, bicicletas, barriletes, globos y olor a pochoclos que se sentía en el aire. Mis papás se acomodaron donde lo hacían siempre y yo, comencé a buscar a mi amigo. Me acerqué con mi bicicleta a los juegos, estaba segura de que si me veía vendría a saludarme, pero no lo vi. Cansada de una búsqueda y casi frustrada no bajé los brazos y saqué del bolsillo de mi buzo, las tizas de colores para dibujar una rayuela gigante en el piso.

Pinté cada escalón con un color diferente. Cuando llegué al último y comenzaba a escribir la palabra cielo, un par de zapatillas sucias y sin cordones, se apoyaron en ella. Todavía agachada, alcé mi vista segura de que esos pies no podían ser de ningún otro chico que no fueran los de mi amigo Nacho. Sonriendo me levanté y le di un beso ruidoso en la mejilla, le dije que me esperara un minuto y fui a buscar su regalo. Cuando se lo entregué, lo abrió en un tiempo récord y cuando vio la pelota que tanto había ansiado, me miró y me abrazó con miedo como si fuera la primera vez que se atrevía a hacer eso. Con sus manos sucias, separó el cabello de mi oreja, me dio un beso suspiró y después se fue corriendo. No volví a verlo nunca más. Todavía lo busco cada domingo que visito la plaza, pero pude entender, con el correr de los días y las explicaciones de mis padres, que Nacho iba a estar bien y sobre todo, feliz.

Nacho era un niño parecido a mí. Tenía un sueño y me lo había hecho saber y yo, casi sin haberme dado cuenta, aquella tarde de domingo, también había comenzado a cumplir el mío. Nunca dejé de visitar la plaza y de dibujar la rayuela gigante con la esperanza de encontrarnos algún día, en su último escalón, en el del cielo.


FIN



Copyright © 2012. ® Claudia de Angelis.
http://leemosycreamos.blogspot.com.ar/

Ilustración: ©Teresita de Angelis
http://terequetetere-teresita.blogspot.com.ar/


¡¡Gracias!!!


GENEROSIDAD:

Cualidad de la persona que ayuda y da lo que tiene a los demás sin esperar nada a cambio.


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