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Globos. 3 cuentos a pedido...


1º cuento: LA CITA, Kestutis Kasparavicius


Dos globos se conocieron. Uno era azul y el otro rosa. Para ser más exactos, un chico conoció a una chica, y cada uno llevaba un globo.

Se habían conocido por teléfono y concertaron una cita. Para reconocerse habían acordado que cada uno llevaría un globo. El chico, uno azul, la chica, uno rosa. Se citaron en un parque, en un banco de madera. Al principio, se mostraban tímidos y en lugar de mirarse a los ojos, se miraban las puntas de los pies. Para los dos era la primera cita.

Los globos eran más atrevidos. Se saludaron y se frotaron las narices. Entablaron una animada conversación. Los globos se gustaron. El azul era un chico y el rosa una chica, como sus dueños.

El globo azul intentó besar en la mejilla al rosa. Pero el beso fue tan ardiente que estallaron.

Los chicos se asustaron, pero luego les dio la risa. Y entablaron una animada conversación sentados en el banco.

Al anochecer aún seguían en el banco, abrazados. Y aunque parezca extraño, no estallaron.



FIN

©KESTUTIS KASPARAVICIUS, Cosas que a veces pasan, Thule Ediciones, Barcelona, 2009.

Visto y leído en: Documenta mínima. Literatura condensada en la era de la brevedad
http://documentaminima.blogspot.com.ar/2012/07/cosas-que-veces-pasan-kestutis.html



2º cuento: EL VENDEDOR DE GLOBOS, Mamerto Menapace


Una vez había una gran fiesta en un pueblo. Toda la gente había dejado sus trabajos y ocupaciones de cada día para reunirse en la plaza principal, en donde estaban los juegos y los puestitos de venta de cuanta cosa linda una pudiera imaginarse.

Los niños eran quienes gozaban con aquellos festejos populares. Había venido de lejos todo un circo, con payasos y equilibristas, con animales amaestrados y domadores que les hacían hacer pruebas y cabriolas. También se habían acercado hasta el pueblo toda clase de vendedores, que ofrecían golosinas, alimentos y juguetes para que los chicos gastaran allí los pesos que sus padres o padrinos les habían regalado con objeto de sus cumpleaños, o pagándoles trabajitos extras.

Entre todas estas personas había un vendedor de globos. Los tenía de todos los colores y formas. Había algunos que se distinguían por su tamaño. Otros eran bonitos porque imitaban a algún animal conocido, o extraño. Grandes, chicos, vistosos o raros, todos los globos eran originales y ninguno se parecía al otro. Sin embargo, eran pocas las personas que se acercaban a mirarlos, y menos aún los que pedían para comprar algunos.

Pero se trataba de un gran vendedor. Por eso, en un momento en que toda la gente estaba ocupada en curiosear y detenerse, hizo algo extraño. Tomó uno de sus mejores globos y lo soltó. Como estaba lleno de aire muy liviano, el globo comenzó a elevarse rápidamente y pronto estuvo por encima de todo lo que había en la plaza. El cielo estaba clarito, y el sol radiante de la mañana iluminaba aquel globo que trepaba y trepaba, rumbo hacia el cielo, empujado lentamente hacia el oeste por el viento quieto de aquella hora. El primer niño gritó:

—¡Mirá mamá un globo!

Inmediatamente fueron varios más que lo vieron y lo señalaron a sus chicos o a sus más cercanos. Para entonces, el vendedor ya había soltado un nuevo globo de otro color y tamaño mucho más grande. Esto hizo que prácticamente todo el mundo dejara de mirar lo que estaba haciendo, y se pusiera a contemplar aquel sencillo y magnífico espectáculo de ver como un globo perseguía al otro en su subida al cielo.

Para completar la cosa, el vendedor soltó dos globos con los mejores colores que tenía, pero atados juntos. Con esto consiguió que una tropilla de niños pequeños lo rodeara, y pidiera a gritos que su papá o su mamá le comprara un globo como aquellos que estaban subiendo y subiendo. Al gastar gratuitamente algunos de sus mejores globos, consiguió que la gente le valorara todos los que aún le quedaban, y que eran muchos. Porque realmente tenía globos de todas formas, tamaños y colores. En poco tiempo ya eran muchísimos los niños que se paseaban con ellos, y hasta había alguno que imitando lo que viera, había dejado que el suyo trepara en libertad por el aire.

Había allí cerca un niño negro, que con dos lagrimones en los ojos, miraba con tristeza todo aquello. Parecía como si una honda angustia se hubiera apoderado de él. El vendedor, que era un buen hombre, se dio cuenta de ello y llamándole le ofreció un globo. El pequeño movió la cabeza negativamente, y se rehusó a tomarlo.

—Te lo regalo, pequeño —le dijo el hombre con cariño, insistiéndole para que lo tomara.

Pero el niño negro, de pelo corto y ensortijado, con dos grandes ojos tristes, hizo nuevamente un ademán negativo rehusando aceptar lo que se le estaba ofreciendo. Extrañado el buen hombre le preguntó al pequeño que era entonces lo que lo entristecía. Y el negrito le contestó, en forma de pregunta:

—Señor, si usted suelta ese globo negro que tiene ahí ¿Será que sube tan alto como los otros globos de colores?

Entonces el vendedor entendió. Tomó un hermoso globo negro, que nadie había comprado, y desatándolo se lo entregó al pequeño, mientras le decía:

—Hace vos mismo la prueba. Soltalo y verás como también tu globo sube igual que todos los demás.

Con ansiedad y esperanza, el negrito soltó lo que había recibido, y su alegría fue inmensa al ver que también el suyo trepaba velozmente lo mismo que habían hecho los demás globos. Se puso a bailar, a palmotear, a reírse de puro contento y felicidad.

Entonces el vendedor, mirándolo a los ojos y acariciando su cabecita enrulada, le dijo con cariño:

—Mira pequeño, lo que hace subir a los globos no es la forma ni el color, sino lo que tiene adentro.



FIN

Mamerto Menapace
Del libro: Con Corazón de niño




Ilustración: © LUNA ILUSTRACIONES
http://lunailustraciones.blogspot.com.ar/



3º cuento: EL GLOBO AZUL, Julia Rossi


—¡Las compras! ¡No hice las compras! —exclamó afligida Luisa.

Eran las 11.

Luisa tomó la canasta, no se sacó el delantal. Había intentado hacer una sopa pero no tenía zapallo, ni papas, perejil tampoco.
La verdulería quedaba a tres cuadras.

Luisa abrió la puerta del departamento, salió y cerró con llave previo golpecito. ¿Cuándo arreglaré la cerradura?, pensó.

Recorrió el largo pasillo, bajó lentamente la escalera, escalón por escalón, bien aferrada a la barandilla. Pesaban los 10 años de viudez, la ausencia de los hijos, la lejanía de los nietos. “Sopa con zapallo y perejil para Carlitos”. “Mucho, abuela”. “Aprendé de tu hermano, tomó la sopa”

A Luisa le tembló la mano cuando apretó el picaporte de la puerta de calle. “El abuelito no resistió la operación, el corazón estaba muy débil”.

Al abrir la puerta, el sol la encandiló. Cuando se repuso del impacto de la luz, vio un globo azul en la vereda, al lado de ella, a los pies. Luisa miró a un lado y al otro, buscando al niño que había extraviado el globo azul. Nadie. Levantó la vista; en los balcones no había niño, ni hermano, ni empleada, ni madre, reclamando el globo azul.

—¡Un globo! ¡Oigan!

Luisa bajó la vista al globo que permanecía a los pies.

—¿De dónde saliste vos?

Luisa sacudió la cabeza como para alejar ideas, porque le pareció ¡qué locura! ¿El globo le había sonreído? ¡No! No puede ser, los globos no sonríen.

Luisa caminó, el globo también, siempre a los pies. Al llegar a la esquina Luisa se detuvo, el globo azul también.

De pronto, en la otra esquina, transversalmente, apareció un hombre canoso. Vestía camisa blanca, pantalón marrón, chaleco gris.

El hombre cruzó la calle, se acercó a Luisa que no salía del asombro, porque la aparición de este señor como la del globo fue misteriosa, y preguntó:

—¿El globo es suyo?

—¡No!

—Entonces se lo llevaré a mis nietos.

El hombre canoso tomó el globo azul y desapareció.

Luisa dio la vuelta y regresó al departamento; olvidó las compras. Subió la escalera de prisa, nunca antes lo había hecho, sintió algo extraño en su interior. ¿Qué le estaba sucediendo?

Abrió la puerta del departamento previo golpecito. Al pasar por el espejo del living se detuvo a mirarse: Demasiadas arrugas, pensó, y recordó lo que había vivido minutos antes. No entendía nada.

Esa tarde, a las 4, se acordó de que aún no había hecho las compras. ¡Qué descuido!

La verdulería quedaba a tres cuadras.

Tomó la canasta, antes de salir se acercó al espejo “espejito mágico”. Bajó la escalera. Al abrir la puerta de calle, el sol la encandiló. Cuando se repuso del impacto de la luz, vio el globo azul en la vereda, al lado de ella, a los pies.

Luisa miró a un lado y al otro. Nadie. En los balcones, no había niños, ni hermanos, ni empleada, ni madre, reclamando el globo azul.

—¡Oigan! ¿De quién es este globo?

Luisa nerviosa caminó hacia la esquina, el globo también, siempre a los pies. Al llegar a la esquina se detuvo, el globo azul también.

De pronto, apareció el hombre canoso que transversalmente cruzó la calle. Luisa tembló y un rubor afloró en sus mejillas. Le ardían.

El hombre canoso la miró y le preguntó:

—¿El globo azul es suyo?

—¡No!

—Entonces se lo llevaré a mis nietos.

El hombre canoso tomó el globo azul y desapareció.

Luisa demoró en dar la vuelta; pensativa, algo más que alegre, regresó al departamento.

Esa noche no pudo dormir. Los ojos del hombre canoso estuvieron presentes en ella casi todo el tiempo. ¡Al fin!, durmió una noche nueva.

A las 11 de la mañana del otro día se acordó de que aún no había hecho las compras. La verdulería quedaba a tres cuadras.

Tomó la canasta, se sacó el delantal, arregló sus cabellos, alisó su vestido nuevo, calzó los zapatos y dibujó una sonrisa.

Bajó la escalera deprisa.

—Adiós, doña Luisa. ¡Qué bien se la ve hoy!

—Gracias Valentina.

Luisa abrió la puerta de calle; el sol la encandiló. Cuando se repuso del impacto de la luz vio el globo azul en la vereda, al lado de ella, a los pies.

Repitió el movimiento de mirar a un lado y al otro. Nadie reclamaba el globo, en los balcones tampoco.

Caminó nerviosa hacia la esquina, el globo azul también.

De pronto, apareció el hombre canoso.

Luisa lo esperaba.

El hombre canoso cruzó transversalmente la calle. Luisa sonrió al sentir la cercanía del hombre.

El la miró a los ojos. Ella se ruborizó. El hombre canoso bajó la mirada y le preguntó al globo azul:

—¿Es suya esta abuela?

—¡No! —contestó el globo.

—Entonces se la llevaré a mis nietos.

El hombre canoso le ofreció el brazo derecho a Luisa.

—¿Me acompaña?

Caminaron juntos por la vereda, el globo azul también.




FIN

Autora: Julia Rossi. Colección Dulce de Leche. Editorial Nuevo Siglo S.R.L.



Ilustración: © Susana Hoslet
http://susanahoslet.blogspot.com.ar/


Microrrelato “EL GLOBO”, Miguel Saiz Álvarez (España)


Mientras subía y subía, el globo lloraba al ver que se le escapaba el niño.


Visto y leído en: Pestanora
https://sites.google.com/site/pestanora/el-microrrelato-1

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